Penélope
Relato inspirado en la canción Penélope de Joan Manuel Serrat y el intro de Ismael Serrano.
Me sentí como el personaje dentro del intro de la canción de Ismael Serrano, Recuerdo, cuando llegué a la estación.
“Quizá les haya pasado en alguna ocasión, quizás alguna vez caminando por la calle les pareció ver entre el tumulto de la gente a una persona a la que amaron hace mucho tiempo, apenas fue un instante, un breve destello de luz, lo suficiente como para dejar una quemadura en la retina y en el alma, lo suficiente como para dejarte paralizado en mitad de la acera sintiéndote a contracorriente de todo, sin saber muy bien que hacer o qué decir y se le llena a uno la cabeza de recuerdos.”
Llegué de paso, era un nómada y lo único que quedaba era el recuerdo de esas fantasías adolescentes antes de que un traje y una corbata me llevaran lejos de allí, me convertí en adulto como quien no quiere la cosa, y ahora estaba lleno de años, recuerdos y remordimientos.
Me sorprendió verla esperando con el vestido que se ponía cada domingo, creí que luego de tantos años Penélope ya me habría olvidado, la imaginaba con una familia en una casa con jardín a las afueras de la ciudad, le gustaba la calma de los suburbios. Pero ahí estaba impávida haciéndole honor a su nombre, sentada, con la mirada perdida, parecía una pintura.
Antes de acercarme, recordé la última vez que nos vimos: ella me había acompañado a esa misma estación de tren, en esa época los bancos estaban recién pintados y las paredes no tenían publicidad por doquier. Penélope estaba triste, yo le aseguré que iba a volver para reconfortarla; me sentía tan enamorado de esa mujer como solo un adolescente puede estarlo. El vestido verde olivo que le regalé resaltaba su figura entre los pliegues. Me dolía la idea de no volver a verle, así que le dije aún sin fecha que iba a regresar un domingo, solo para verla con esa ropa, le imploré que me esperara y la convencí de algún modo de guardar su corazón de amores pasajeros.
Estaba en un banco sola, bajo sus teñidos cabellos flotaba una sombrilla, un sombrero negro, y llevaba unos zapatos gastados de tacon y claro está, el mismo atuendo de nuestra despedida. Mis piernas se dirigieron hacia ella, me paré en frente y le sonreí procurando no estorbar demasiado a quienes bajaban del tren, ella me devolvió la sonrisa por cortesía y sus ojos saltaron al siguiente pasajero, no me reconoció. Me rehusé a aceptar su indiferencia, el hecho que estuviese allí un domingo con el vestido que le di significaba algo. Significaba que el recuerdo era lo suficientemente fuerte para mantenerla ahí, en pausa.
Le toqué el hombro con suavidad.
—Penélope ¡Cuánto tiempo! ¿me reconoces?—solté con una sonrisa tímida.
Ella me observó suspicaz y sentí esos ojos que antes me miraban deseosos ahora no me reconocían.
—Disculpe señor pero creo que se ha confundido—respondió incómoda, sujetando con fuerza su bolso marrón— váyase por favor, no quiero que llegue mi prometido y me vea hablando con alguien más, pensará mal de mí y no puedo permitirme eso luego de tanto tiempo.
El sonido del tren anunciando su partida me inundó de pesadumbre y comprendí el daño que le había infligido durante todo ese tiempo dejándola con las esperanzas deshechas cada vez que el tren se iba. La vi alejarse de la estación junto con el tren, sus piernas antes ligeras y torneadas arrastraban ahora el peso de lo que no seríamos.
Quizás me había reconocido, tampoco eran tantos años, Penelope era inteligente y orgullosa. Seguro comprendió que ese amante al que esperaba ya no existía. Me quedé sentado, estático, con la mirada perdida como en una pintura.
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Ismael Serrano, Recuerdo, 2009